Linterna de Popa 522
Jorge Baca Campodónico
Diciembre de 2025
Como aumentar la productividad del sector informal
El Civilian Conservation Corps (CCC) de Roosevelt puede servir de ejemplo al Perú.
Destaque:
Con un presupuesto que representaba menos del 1% del PBI, el Cuerpo de Conservación Civil (CCC) de Roosevelt generó empleo masivo, restauró ecosistemas y fortaleció el tejido social en tiempos de crisis. Este modelo histórico plantea la urgencia de repensar el modelo de desarrollo en el Perú, dejando de lado el modelo asistencialista y apostando por políticas que combinen aumento de la productividad del informal, desarrollo sostenible, inclusión y bienestar colectivo.
Cuando Franklin Delano Roosevelt asumió la presidencia de Estados Unidos en marzo de 1933, el país estaba hundido en una crisis que parecía no tener fondo. La Gran Depresión había pulverizado millones de empleos, paralizado industrias enteras y dejado a una generación de jóvenes sin futuro. En las ciudades, los comedores populares rebalsaban; en el campo, la erosión y la sequía convertían tierras fértiles en desiertos. En ese escenario desolador, Roosevelt decidió actuar con una audacia que hoy parece casi inimaginable. Entre las primeras medidas de su ambicioso New Deal, lanzó un programa que combinaba empleo masivo, restauración ambiental y disciplina cívica: el “Civilian Conservation Corps”, conocido como el CCC.
El CCC fue un experimento social sin precedentes. En apenas nueve años, entre 1933 y 1942, movilizó a tres millones de jóvenes, construyó infraestructura que aún hoy se utiliza, reforestó regiones enteras y dejó una huella profunda en la identidad estadounidense. Su historia es la de un país que, en medio de la crisis, apostó por la juventud, el trabajo y la naturaleza como motores de recuperación. Y es también una historia que, vista desde el Perú de hoy, con un potencial forestal enorme, ofrece lecciones a ser imitadas.
Un país en ruinas y un presidente decidido a actuar
La semilla del CCC nació de dos crisis simultáneas: el desempleo masivo y el deterioro ambiental. Roosevelt, que había sido gobernador de Nueva York, conocía de primera mano la devastación causada por la deforestación, la erosión de suelos y las inundaciones. También había visto a miles de jóvenes sin trabajo, sin educación y sin perspectivas. Para él, la solución debía ser doble: ofrecer empleo inmediato y, al mismo tiempo, restaurar los recursos naturales del país.
La idea de un “ejército de la conservación” tomó forma rápidamente. Roosevelt imaginó a jóvenes trabajando en bosques, parques y tierras agrícolas, recibiendo un salario modesto pero seguro, aprendiendo oficios y recuperando la dignidad del trabajo. El Congreso aprobó el programa con una rapidez sorprendente. Apenas semanas después de la toma de mando, los primeros campamentos ya estaban en funcionamiento.
Un programa de alcance nacional
El CCC se desplegó en todo el territorio estadounidense. Llos campamentos surgieron como pequeñas aldeas temporales dedicadas al trabajo y la conservación. En su apogeo, el programa llegó a tener más de 2,600 campamentos distribuidos en todos los estados, además de Puerto Rico, Alaska y Hawái, que entonces eran territorios.
Cada año, entre 250,000 y 300,000 jóvenes formaban parte del programa. En total, tres millones de hombres pasaron por sus filas. Era, en la práctica, un ejército civil, aunque sin armas y con una misión muy distinta: reconstruir el país desde sus raíces naturales.
Cómo funcionaba el CCC
El programa CCC fue financiado íntegramente por el gobierno federal de Estados Unidos. Su presupuesto anual ascendía a 350 millones de dólares de esa época (aproximadamente 6,500 millones de dólares actuales), lo que equivalía al 0.8% del PIB estadounidense en ese momento. A pesar de representar una pequeña fracción de la economía nacional, el impacto del CCC fue extraordinario.
El presupuesto cubría los salarios de los enrolados, la construcción y mantenimiento de los campamentos, la alimentación, los uniformes, el transporte y la supervisión técnica. Roosevelt defendía el programa como una inversión en el futuro del país, y el tiempo le dio la razón: muchas de las obras realizadas por el CCC siguen generando beneficios económicos y ambientales y sobre todo unificó a la sociedad y aumentó la productividad de los más pobres en una época de crisis nacional.
La organización combinaba elementos civiles y militares. El Departamento de Defensa se encargaba de la logística, la disciplina básica y la administración de los campamentos. El Departamento del Interior, en coordinación con los estados, supervisaba los proyectos en parques nacionales y áreas protegidas, mientras que el Departamento de Agricultura dirigía los trabajos de reforestación, control de erosión y manejo de cuencas. Los trabajos eran dirigidos por ingenieros civiles, guardabosques, agrónomos y especialistas en suelos. Los enrolados realizaban el trabajo físico. Además, el programa incluía un componente educativo voluntario, impartido por maestros locales, profesores universitarios itinerantes y bibliotecarios.
La vida en los campamentos
Para los jóvenes que ingresaban al CCC, la vida en los campamentos representaba un cambio radical. La mayoría provenía de familias pobres, golpeadas por la crisis. Muchos nunca habían tenido un empleo formal, ni ropa nueva, ni atención médica regular. En los campamentos recibían todo eso y más.
El salario era de 30 dólares al mes (equivalentes a 550 dólares de la actualidad) , de los cuales 25 debían enviarse obligatoriamente a sus familias. Los enrolados conservaban cinco dólares para gastos personales. Además del salario, el CCC ofrecía alojamiento en barracas, tres comidas diarias, uniformes completos, atención médica básica y acceso a educación (ver Figura 1). La rutina diaria era estricta: despertar a las seis de la mañana, desayuno y formación, trabajo desde las ocho hasta las cuatro de la tarde, cena a las seis y actividades educativas o recreativas por la noche.

Las tareas eran variadas y exigentes: plantación de árboles, construcción de caminos rurales, combate de incendios forestales, levantamiento de diques y presas pequeñas, restauración de cuencas hidrográficas, construcción de senderos y refugios en parques nacionales y proyectos de control de erosión. El CCC llegó a plantar más de tres mil millones de árboles, una cifra que ningún otro programa ha igualado.
Un legado que perdura
El legado físico del CCC es impresionante. Muchas de las infraestructuras turísticas y ambientales más emblemáticas de Estados Unidos fueron construidas por estos jóvenes. En el Parque Nacional de Yellowstone levantaron senderos, puentes y refugios que aún hoy reciben a millones de visitantes. En las grandes llanuras del centro oeste de EUA participaron en la reforestación del “Dust Bowl”, la región devastada por tormentas de polvo que simbolizó la crisis ambiental de los años treinta. También contribuyeron a la creación de cientos de parques estatales, muchos de los cuales no existirían sin su trabajo.
Integración social y tensiones raciales
El CCC fue progresista para su época, pero no estuvo libre de contradicciones. Roosevelt insistió en que los afroamericanos debían ser incluidos en el programa, y aproximadamente 200,000 jóvenes negros participaron. Sin embargo, muchos campamentos estaban segregados. A pesar de ello, el CCC ofreció oportunidades que de otro modo habrían sido inaccesibles para muchos afroamericanos.
El programa también mezcló a jóvenes de distintas regiones y orígenes étnicos. Hijos de inmigrantes europeos convivían con jóvenes rurales del sur y del medio oeste. Para muchos, fue la primera vez que conocieron a personas de otros estados o culturas. Esa convivencia contribuyó a reducir prejuicios y a fortalecer un sentido de identidad nacional en un momento de profunda crisis.
Programas similares al CCC en otros países
A raíz del éxito del Civilian Conservation Corps (CCC) de Roosevelt entre 1933 y 1942, numerosos países se inspiraron para crear sus propios programas de empleo masivo vinculados a la infraestructura, la conservación ambiental y el alivio de crisis económicas. Aunque cada nación adaptó el modelo a sus circunstancias, la esencia se mantuvo: empleo temporal, capacitación, obras públicas y desarrollo territorial (ver Cuadro 1).

En Canadá, el Dominion-Provincial Youth Training Program surgió en los años treinta, ofreciendo empleo y capacitación a jóvenes desempleados durante la Gran Depresión. Sus proyectos forestales y caminos rurales se desarrollaban en campamentos que replicaban el esquema del CCC. Australia, por su parte, implementó su propia versión del Civilian Conservation Corps entre 1939 y 1948, enfocándose en la reforestación, el control de incendios y el manejo de parques nacionales, brindando trabajo a jóvenes en la posguerra.
Nueva Zelanda optó por los Relief Camps, también en los años treinta, donde los jóvenes desempleados trabajaban en carreteras, drenaje y forestación, bajo una disciplina cuasi-militar similar a la estadounidense. El Reino Unido estableció los Instructional Centres, centros de trabajo y capacitación para desempleados, dedicados a la reforestación y la construcción de caminos rurales, aunque con menor escala y mayor énfasis en la disciplina laboral.
Alemania, en la fase inicial del Reichsarbeitsdienst (RAD), implementó un programa de empleo juvenil en obras públicas y agrícolas, con una estructura de campamentos y un fuerte componente ideológico que posteriormente se militarizó. En India, el Mahatma Gandhi National Rural Employment Guarantee Act (MGNREGA), vigente desde 2005, representa el programa de empleo público más grande del mundo, garantizando trabajo remunerado en conservación de suelos, manejo de agua y caminos rurales, aunque sin el formato de campamentos.
Sudáfrica, con el programa Working for Water desde 1995, ofrece empleo a personas vulnerables en proyectos ambientales, centrados en el control de especies invasoras y la restauración ecológica, manteniendo el espíritu del CCC: empleo y recuperación ambiental.
En América Latina y el Caribe también han surgido diversas experiencias que, sin copiar exactamente el modelo de campamentos juveniles del CCC, han replicado su lógica central de empleo temporal, obras públicas intensivas en mano de obra, reforestación y transformación territorial. México impulsó brigadas de conservación de suelos y aguas durante el cardenismo; Brasil y Argentina organizaron frentes de trabajo masivos para enfrentar el desempleo y construir infraestructura básica; Chile desarrolló el Cuerpo Militar del Trabajo, probablemente el caso más cercano al CCC por su estructura de campamentos y su foco en zonas aisladas; mientras que países como Perú, Colombia y República Dominicana implementaron programas de empleo rural y brigadas ambientales orientadas a caminos, riego, reforestación y manejo de cuencas. Aunque heterogéneos, estos programas comparten la idea de movilizar trabajo colectivo para generar activos públicos, combinando inclusión social, desarrollo territorial reforestación y, en varios casos, restauración ecológica (ver Cuadro 2).

Estos ejemplos demuestran cómo el modelo del CCC trascendió fronteras y épocas, adaptándose a diferentes realidades pero conservando su propósito fundamental: enfrentar crisis mediante la movilización de recursos humanos en beneficio del territorio y la sociedad.
El CCC y el Perú: una lección para un país fracturado
Casi un siglo después de su creación, el CCC sigue siendo un referente mundial de cómo un Estado puede movilizar a su población para enfrentar simultáneamente una crisis económica, social y ambiental. Y es imposible no mirar al Perú actual sin preguntarse si un programa de esa naturaleza podría tener sentido aquí, donde la informalidad laboral supera el 70%, la pobreza afecta a casi un tercio de la población, la productividad del trabajador informal es dramáticamente baja y la polarización social se expresa en violencia, extorsión y un sentimiento creciente de abandono y falta de presencia del estado.
El Perú enfrenta hoy una fractura estructural entre un sector moderno —minero, financiero, agroexportador— y un vasto sector informal urbano y rural que opera con baja productividad, sin protección social y sin acceso a capital. Esa brecha no solo es económica: es cultural, territorial y emocional. La desconfianza entre regiones, la sensación de exclusión y la falta de oportunidades para los jóvenes alimentan fenómenos como el sicariato, la extorsión y la migración desesperada hacia actividades ilícitas. Y al mismo tiempo el Perú tiene un potencial forestal subutilizado.
Un Servicio Civil Obligatorio
En ese contexto, un programa inspirado en el CCC podría convertirse en una herramienta poderosa para reconstruir el tejido social, generar empleo digno que reduzca la informalidad laboral, crear infraestructura productiva en las zonas más rezagadas y aumentar la productividad de los más pobres al mismo tiempo que se incrementa el potencial forestal en los Andes y la Selva. La experiencia del CCC ofrece varias lecciones aplicables: la movilización masiva de jóvenes, la creación de infraestructura productiva, la convivencia social entre regiones, la transferencia de ingresos a hogares pobres y la formación técnica como motor de productividad.
Pero quizás la lección más importante es la visión de Estado. El CCC funcionó porque Roosevelt entendió que la crisis no se resolvería sola. El Perú lleva décadas esperando que el mercado formal absorba a los informales, que la productividad aumente por inercia o que la desigualdad se reduzca sin intervención. Nada de eso ha ocurrido. La informalidad no es una anomalía: es la normalidad. Y mientras no se intervenga de manera decidida, seguirá reproduciendo pobreza, violencia y exclusión.
Un “CCC peruano” no tendría que copiar el modelo americano de Roosevelt. Podría articularse con gobiernos locales, comunidades campesinas, juntas vecinales y organizaciones sociales. Podría enfocarse en restauración de cuencas altoandinas, reforestación amazónica, infraestructura hídrica, caminos rurales, prevención de desastres, agricultura sostenible, recuperación de suelos degradados, postas médicas y centros educativos. Podría integrar a jóvenes, mujeres rurales, migrantes y trabajadores informales urbanos. Podría convertirse en un puente entre la economía moderna y la economía popular, entre el Estado y las regiones, entre el país que avanza y el que se siente olvidado. Pero para lograr una verdadera integración social se requiere que sea obligatorio. Al igual que la mayoría de los países asiáticos, y países como Grecia, Israel, y otros, todos participan del servicio y los universitarios solo pueden postponer su servicio y no puede exceder los 24 años.
Un programa inspirado en el CCC no resolvería todos los problemas, pero podría ser un primer paso para reconstruir la esperanza, ofrecer oportunidades reales y demostrar que el Estado puede estar presente donde más se le necesita. En un país fracturado, un proyecto así podría convertirse en algo más que un programa social: podría ser un acto de reunificación nacional y eliminación de la pobreza. (El contenido de esta columna se puede consultar en http://www.prediceperu.com/).