Linterna de Popa 502

Linterna de Popa 502

Jorge Baca Campodónico

Julio de 2025

¿Están los economistas pasando de moda?

Es hora de repensar el rol del economista

En un reciente artículo publicado en la influyente revista Finance & Development del FMI, Karen Dynan, profesora de la universidad de Harvard, cuestiona la relevancia de los economistas en vista de la proliferación de la información en línea, las redes sociales y el surgimiento de la Inteligencia Artificial. La profesora advierte sobre el peligro de que los economistas sean dejados de lado si es que no se adaptan a los cambios que viene experimentando la sociedad.

El Problema

Los economistas han ayudado durante mucho tiempo a definir las políticas económicas de empresas y países ofreciendo análisis para guiar las decisiones sobre política monetaria y fiscal, la inversión, el comercio, la tributación, la regulación y la estabilidad económica. En muchas ocasiones, la influencia de economistas destacados ha dado lugar a importantes debates políticos que han influido en los gobiernos alrededor del mundo.

Hoy, sin embargo, los economistas están siendo marginados. Si bien el personal de los bancos centrales y las instituciones multilaterales está conformado principalmente por economistas, cada vez más los líderes políticos priorizan la ideología y su propia conveniencia de corto plazo sobre el análisis económico. La confianza de los empresarios y del público en general en los economistas se ha visto erosionada por su fracaso en predecir recientes crisis económicas, por la creciente polarización política y por los crecientes desafíos a la autoridad ante la aparición de  “expertos” que utilizan fuentes de información nuevas y a menudo poco confiables.

Situación en nuestro país

En nuestro país, los economistas se han polarizado por motivos ideológicos. Por un lado están los economistas “libertarios”, que en una actitud cómoda se oponen a cualquier tipo de intervención del estado, calificándola de “mercantilismo”. Por el otro lado están los economistas “heterodoxos” que pontifican una mayor intervención del estado como solución a nuestros problemas. Un ejemplo vivo de esta situación se observa en el comportamiento de los responsables del Ministerio de Economía y Finanzas en los últimos 12 años y las actitudes populistas y demagógicas en el Congreso.

Las crisis del siglo XXI han demostrado cómo la mala gestión macroeconómica puede crear dificultades generalizadas y tensiones sociales, con profundas consecuencias para el bienestar de la población. Al mismo tiempo, a nivel internacional los economistas han acumulado una gran cantidad de evidencia sobre lo que funciona y lo que no funciona en áreas como el alivio de la pobreza, la educación, los mercados laborales y el manejo fiscal. Si estos conocimientos se integran mejor en la formulación de las políticas públicas de nuestro país, dejando de lado las ideologías, podrían conducir a mejores resultados.

¿Qué hacer?

Para recuperar su influencia, los economistas deberían relacionarse más eficazmente con los responsables de la formulación de políticas, tanto del legislativo como del ejecutivo y con el público en general. Si no se adaptan, se corre el riesgo de que los economistas queden marginados en importantes debates sobre la gestión del estado, en un momento en que los conocimientos económicos son más necesarios que nunca.

Hay una razón fundamental por la que los economistas son impopulares: su pensamiento se basa en optimizar el uso de recursos escasos. Los economistas explican que hay que elegir entre A y B, mientras que los políticos y el público a menudo quieren ambas cosas. La formulación de políticas sería mucho más fácil si pudiéramos, por ejemplo, reducir los impuestos y gastar más, sin aumentar la deuda pública, o contener la inflación sin aumentar las tasas de interés. Pero tales restricciones son inevitables, incluso si reconocerlas es a menudo políticamente inconveniente.

Los economistas tienen que estar en el lugar donde se producen los debates sobre políticas públicas, porque conducen a mejores decisiones. Un ejemplo claro es nuestro Congreso. Se requiere con urgencia la creación de una oficina multipartidaria, dentro del poder legislativo, que incorpore a los mejores economistas del país, para producir análisis independientes sobre asuntos presupuestarios e iniciativas parlamentarias para apoyar el proceso legislativo. Se podría reducir el número de asesores por representante para crear este tipo de entidad congresal sin aumentar su presupuesto.

Aprender de los errores

La pandemia y el aumento de la inflación posterior a la pandemia, proporciona un ejemplo más reciente. Muchos economistas dieron demasiada importancia a los factores transitorios y subestimaron la persistencia de la inflación. Sin duda, las causas fueron complejas y variadas, y choques como la guerra de Rusia en Ucrania no se anticiparon. Lo cierto es que los niveles de pobreza se elevaron y la desigualdad se ha acentuado.

Cuánta culpa puede achacarse a los economistas es discutible, pero la pérdida de confianza pública es real. La respuesta correcta no es cambiar el modelo económico, sino aclarar qué es lo que se hizo mal. Es necesario una amplia investigación sobre las fallas del mercado, la regulación mal diseñada y tomar las medidas correctivas para que no vuelva a suceder.

Los economistas no deben permitir que el miedo a la rendición de cuentas o la connotación ideológica limite su accionar. El debate sobre la inflación y las tasas de interés, por ejemplo, se ha visto empañado por la ideología, lo que dificulta llegar a conclusiones objetivas. La transparencia, la apertura a la revisión y el compromiso honesto con la evidencia son las mejores maneras de mostrar que la economía sigue siendo una disciplina vital.

Empatía

La reacción pública al aumento de la inflación de principios de la década de 2020, sugiere que los costos de este episodio superaron lo que podría predecir el pensamiento económico estándar. Estudios han demostrado que la inflación impone grandes costos redistributivos. El ciudadano de a pie no está en condiciones de evaluar sobre si los precios y salarios son justos y su impacto en los márgenes de las empresas.

Reconocer estas preocupaciones no significa abandonar los principios económicos. Significa incorporar una comprensión más acorde a cómo las personas experimentan el cambio económico. Hacer oídos sordos a tales preocupaciones debilita la credibilidad de los economistas y reduce la probabilidad de que las buenas ideas de política ganen adeptos.

Integridad de los datos

Un sello distintivo de la investigación económica es el uso riguroso de los datos, y los economistas deben mantener esos mismos estándares de integridad cuando participan en el debate público. El auge de las redes sociales, junto con un mejor acceso a los datos y el uso de la inteligencia artificial, ha facilitado que todo el mundo, incluidos los economistas, haga un mal uso de las estadísticas para reforzar argumentos débiles. Pero ceder a la tentación de ganar discusiones de esta manera en el momento corre el riesgo de socavar la confianza en el análisis económico a largo plazo.

El uso casual de los datos también puede debilitar la confianza en las estadísticas oficiales. Señalar una discrepancia entre los datos del gobierno y los de otras fuentes, sin reconocer las diferencias en la metodología, la cobertura o las definiciones, puede dar la falsa impresión de que los indicadores oficiales son defectuosos o manipulados.

Conclusión

Los economistas deben reconocer que las políticas que consideran óptimas pueden no serlo, en el contexto de las consideraciones más amplias involucradas en el proceso político. En esos casos, los economistas deben ofrecer alternativas que respeten esas consideraciones. La flexibilidad no es un retroceso de los principios, es el reconocimiento de las realidades que deben enfrentar los gobernantes.

Los economistas nunca serán universalmente populares, ni deben esforzarse por serlo. Su función es proporcionar un análisis riguroso que mejore las decisiones, no decirle a la gente lo que quiere escuchar. Pero para seguir siendo influyentes, deben admitir errores, tener empatía, basar sus recomendaciones en datos de procedencia intachable y comunicarse de manera efectiva. El desafío no es hacer que la economía sea popular, sino hacerla relevante, accesible y respetada en el debate político. (El contenido de esta columna se puede consultar en http://www.prediceperu.com/).

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